Wednesday, April 12, 2006

Me creo el cuento del Quijote

Hace poco asistí a una conferencia de Rafael Arráiz Lucca en el Instituto de Estudios Jurídicos de Barquisimeto. La conferencia era sobre el Quijote. Arráiz leyó un texto dividido en dos partes. Una, estupenda, referida a sus primeros encuentros con el libro y otra, a su visión de lo “quijotesco”. Esta última parte me pareció fría y no tan feliz como la anterior. Afirmó que el adjetivo "quijotesco" suele ser mal empleado, debido a que el Quijote era un loco y no un utopista, como si alguien lo estuviese planteando de esta última manera. Comentó la famosa frase de Bolívar (“Jesucristo, Don Quijote y yo somos los grandes majaderos de la historia”) para decir que es falsa porque compara un personaje de ficción con dos personajes históricos, que, por otra parte, tienen poco en común. Creo que no. Para mí. Cristo es más personaje de ficción que personaje histórico. Creo, asimismo, que los tres eran majaderos. No verlo de ese modo puede dar lugar a lo que ha hecho Vargas Llosa: convertir al Quijote en un simpático héroe avant la lettre del neoliberalismo.

¿Es cierto lo de loco? ¿Lo es lo de obsesivo? ¿Es cierto, igualmente, lo del código de honor de la caballería? Tal vez, pero sólo si no pensamos en el Elogio de la locura de Erasmo. Y ¿cómo no pensar en uno de los libros adorados por Cervantes? ¿Y lo de la realidad? ¿No se batió el Quijote con los gigantes de su “realidad”? Algo quería transformar, por lo menos así lo hemos supuesto muchísimos de sus lectores, más cercanos al gusto por la literatura que a la afición por los análisis.

No me gustan esas lecturas tan racionales del Quijote, guiadas a veces por un libreto psiquiátrico (no es exactamente el caso de ésta). Me gusta la “realidad” de la imaginación, pero no sólo la de los personajes. También la de los lectores. Me gusta creerme el cuento. Por eso celebro ese bellísimo texto final de Giorgio Agamben en sus “Profanaciones”, donde los niños apoyan al Quijote que destruye la pantalla porque en la película los bárbaros estaban haciendo sufrir a Dulcinea.

Es una lastima que la muy cálida y hermosa primera parte de la conferencia de Arráiz estuviese seguida de una aproximación no tan qujotesca del Quijote. De todos modos fue un placer escuchar a un excelente poeta como Rafael Arráiz Lucca, estudioso y culto.

José Luis Najul

3 comments:

Anonymous said...

De acuerdo. Cervantes mediante el Quijote nos dio otra visión de la locura, mejor dicho, nos la dio porque nos ubicó en otra dimensión de la realidad. Creo como tú en el yelmo de Mambrino y sé que hay mucho gigante por ahí disfrazado de molino de viento para engañar a quienes no son "quijotescos".

Tecnorrante said...

Me gustó la frase "Me gusta la 'realidad' de la imaginación..."

Saludos

Anonymous said...

DE PARTE DE SANCHO
Acabo de tropezarme con este comentario y no sabía yo de este otro Lázaro (“Lázaro Alvarez said” ), ni sé a ciencia cierta qué Avellaneda es quien lo mienta. Pues, el mismo (el otro), no podría de ningún modo haber hecho una tal afirmación, como se explica en lo que sigue. Aunque lo sé limpio de todo animus iniuriandis, no me resisto a la tentación de hacer un agregado, pues por Rafael siento cordialísimo afecto y por quien sospecho es el autor de este “blog”.

En ese año en que las celebraciones de Cervantes, según Pierre Menard (el maestro de las atribuciones erróneas), “son ahora una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical y de obscenas ediciones de lujo”, me permito agregar que, ante el pedido de una colaboración por parte de un amigo sanfelipeño para una revista suya, le dije que lamentablemente me proponía conmemorar en este año, no al Quijote, sino al mismísimo Sancho, como lo saben muchos otros amigos con quienes leí reveladores trozos durante todo el año. (Léase, por ejemplo, la excelente explicación de sancho de por qué se ha hecho “menos simple y más discreto” en: II parte, capítulo 12, “De la extraña aventura que le sucedió al valeroso Don Quijote con el bravo caballero de los Espejos”).
Celebración no sólo irónica y oportuna en tierra de gobernadores y figuras públicas que inspirarían fácilmente una tercera parte de las aventuras cervantinas, sino también y casi por las mismas razones de Adorno (¿Y de Magris?). Aburrido yo de ese idealismo hipócrita y cansino que se canta a menudo en las celebraciones, Adorno por su parte, piensa que hay que ponerse de parte de Sancho Panza para salvar los particulares y lo fragmentario, el dinamismo infinito de las cosas finitas, la contingencias de la vida concreta y menuda frente a la falsa y aplastante monumentalidad de los grandes interpretaciones del mundo tan satisfechas de sí mismas, y de las conceptualizaciones superiores que ya no pueden someter a la vida.
Así pues, no solo es Sancho la risa ante el poder, sino el a veces refrescante regreso a las contingencias únicas de la vida, a la simple irreductibilidad de las cosas reales que proliferan incesantemente como florecillas entre el asfalto. En fin, al humilde descanso en lo más llano, que también es necesario. Una cosa equilibra a la otra y así, este Lázaro “real” al mentado más arriba.